Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1885-1886 (Cortes de 1884 a 1886)
Sesión: 26 de diciembre de 1885
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Discurso como Presidente del Consejo de Ministros
Número y páginas del Diario de Sesiones: 6, 86-87
Tema: Toma del Poder por parte del partido liberal

Comprenderá el Congreso las razones que me movían a evitar, en cuanto estuviera de mi parte y de parte del Gobierno, este debate que acabamos de presenciar. Porque, ¿qué ha resultado de él? Pues ha resultado que un simple desacuerdo que el tiempo y la oposición sobre todo hubieran borrado de seguro, se ha convertido por efecto de este debate en una definitiva disidencia; que amigos que vivían juntos, se separan como adversarios; que elementos que se hallaban unidos y compactos, quedan devorados por la discordia. Y esto es lo que quería evitar yo, y esto es lo que tenía el deber de impedir el Ministerio; que al fin y al cabo, los partidos son resortes de gobierno, y cuando por discordias, por disidencias, por divisiones o por cualquier otra causa se quebrantan, no reciben ningún bien las instituciones ni el país. (Aprobación).

Era, pues, una consideración patriótica la que me impulsaba a mí y movía a este Gobierno a estorbar en cuanto estuviera de su parte este que yo llamo lamentable debate.

Tenía además otra razón para oponerme a él, cual es la de que el Gobierno no podía tener la pretensión de convocar estas Cortes para discutir; las ha reunido para cumplir fielmente y con toda sinceridad un precepto constitucional. Al aceptar el poder, se encontró con que S. M. la Reina, Regente por un ministerio de la ley, había de jurar ante el Gobierno y retirar su juramento inmediatamente ante las Cortes; inmediatamente, este es el adverbio que emplea la Constitución; y el Gobierno creyó lealmente que existiendo unas Cortes, siquiera fueran adversarias de su política, no debía dilatar el juramento de la Reina hasta la reunión de otras nuevas.

Ya reunidas las existentes, entendió también el Gobierno que, aunque contrarias, podía pedirles aquellas medidas que juzgara indispensables para facilitar la marcha de éste como de cualquier otro Gobierno. Y queríamos, además, que las Cortes españolas correspondieran al espectáculo de sensatez y cordura que está dando la Nación, con otro semejante; deseaba yo, sobre todo, que pudiese dar España el ejemplo que frecuentemente se nos cita de Naciones como Inglaterra, en donde cae el partido liberal, le reemplaza el conservador y permanecen cuatro meses reunidas las Cámaras que apoyaban la política del partido liberal, sin que la mayoría de aquellas suscite la más pequeña dificultad o formule siquiera la más inofensiva pregunta al Gobierno, ni haga otra cosa que proporcionarle todas las medidas económicas y de gobierno que el partido dominante juzga necesarias. Ese espectáculo, que tanto se cita entre nosotros siempre, quería yo que España lo diera también, porque creo que podemos y debemos darlo.

Pero, en fin, el debate ha venido a pesar del Gobierno; y sin embargo de su situación especial ante una Cámara conservadora, tampoco puede dejar de decir algo. Será muy poco, porque de las apreciaciones que de ciertos actos se han hecho y de las alabanzas que por ellos se han prodigado sus autores, no tiene para qué ocuparse el Gobierno. En su derecho están de prodigarse todas las que quieran; el Gobierno lo considera natural, porque cree que a nadie se le puede exigir que diga que hizo mal en aquello que quiso y creyó hacer bien; pero entiende el Gobierno que habiendo llegado las alabanzas al extremo de decir que nadie ha podido hacer cosa mejor, es necesario ponerles algún correctivo; porque afirmaciones tan exageradas, más que alabanzas de actos propios, podrían parecer vituperio de actos ajenos. De todas suertes, el Gobierno no puede ocuparse en esto ahora; tiempo llegará de hacerlo detenidamente, y para entonces se reserva su opinión sobre este punto.

En cuanto a la crisis, también va a ser muy parco. Yo tuve la honra de ser llamado por S. M. la Reina Regente para encargarme de formar Ministerio; encargo que me apresuré a aceptar, porque en tan críticos y tristes momentos, y ante el cadáver del Rey, vi en la confianza que se me dispensaba, más que un puesto de gobierno, un puesto de honor. Se dice que el Sr. Cánovas del Castillo aconsejó a S. M. que llamara al partido liberal: sea, pero yo afirmo que si el partido liberal fue llamado al poder, no lo fue tanto por esto, como porque el consejo del jefe del partido conservador coincidió con el deseo de S. M. la Reina Regente. (Aprobación)

Si el Sr. Cánovas del Castillo aconsejó a S. M. al presentar la dimisión del Ministerio que presidía la llamada al poder del partido liberal, obró patrióticamente, e hizo bien; aquel consejo no sólo fue patriótico, sino obligado, y en mi opinión más obligado que patriótico. (Bien). Porque ahora, señores, nos ha revelado la sesión de esta tarde que el partido conservador está desgraciadamente dividido, yo espero que por poco tiempo, por su propio interés, y sobre todo por el interés más alto de las instituciones y del país; pero es el hecho que se ha manifestado profundamente dividido, y que sólo en una cosa han estado de acuerdo unos y otros contendientes, es a saber: en que el partido conservador no podía continuar en el poder, aún cuando no hubiera ocurrido la inmensa [86] desgracia, nunca bastante sentida, de la muerte del Rey. (El Sr. Silvela pide la palabra). El Sr. Silvela ha dicho: "El consejo que dio el Sr. Cánovas a S. M. la Reina Regente es el mismo consejo que nos daba a nosotros al oído todos los intereses conservadores del país"; y el Sr. Romero Robledo a su vez, y valiéndose de otras frases, nos decía "que devoraba la disidencia al partido conservador en el poder hasta el extremo de que ya no podía dar fruto alguno, ni producir más que la esterilidad". Pues bien, Sres. Diputados, si el partido conservador no podía dar fruto alguno ni producir más que esterilidad, aún viviendo D. Alfonso XII, ¿qué había de producir una vez muerto nuestro malogrado Monarca? Fue, pues, aquel un consejo patriótico y obligado, que no ha debido extrañar el Sr. Romero Robledo, cualesquiera que sean sus motivos de resentimiento para con sus antiguos amigos.

Y voy a terminar haciéndome cargo de una indicación con la que puso fin a su discurso mi amigo particular el Sr. Muro. Estoy conforme con S.S. en que los partidos en el poder deben cumplir los compromisos que contraen en la oposición; y en este sentido el partido liberal no ha de faltar a sus deberes; pero respetuoso siempre a la ley, no ha de realizarlos más que con el concurso de las Cortes, y los realizará en la medida y en el tiempo que permita la conducta de los partidos.

El partido liberal dio su programa en la oposición; conocido es de todos; pues bien, ese mismo programa que dio en la oposición, lo confirma, lo mantiene y lo proclama en el poder.

Y digo que realizará todas las reformas que en ese programa se contienen en la medida y en tiempo que lo consienta la conducta de los partidos, porque no es sólo a los Gobierno a quienes hay que exigir el cumplimiento de sus deberes, que deberes tienen, y no menos ineludibles que los Gobiernos, los ciudadanos y los partidos, y cuando éstos y aquéllos encuentran expedito el ejercicio de todos sus derechos, libre la prensa, accesible esa tribuna a todos, y cuando para todos están abiertas las urnas electorales, el pensar en procedimientos de fuerza, no sólo es un crimen contra las instituciones, sino un crimen contra la Patria (Muy bien); un crimen contra la Patria, porque los que tratan de alterar el reposo público perturbando el magnífico espectáculo que está dando en estos momentos el pueblo español, quebrantan su crédito, agotan las fuentes de la riqueza pública, perjudican al obrero como al magnate, y traen sobre su país en el interior la miseria y en el exterior el desprecio de los pueblos civilizados.

Es, pues, necesario, Sres. Diputados, que todos cumplan con sus deberes; el Gobierno no ha de faltar a los suyos. Está tan dispuesto a ello, que se encuentra resuelto a comenzar por establecer la sinceridad electoral para que las elecciones próximas sean una verdad; porque un pueblo que está dando las pruebas de cordura y de sensatez que ofrece el pueblo español; porque un pueblo que se está conduciendo de la manera que lo hace hoy el pueblo español, es digno de la libertad y merece ser dueño de sus destinos. (Muy bien).

Por consiguiente, todos los que deseen la sinceridad del régimen representativo; todos los que quieran que el pueblo español se gobierne por sí mismo; todos los que aspiren a que la soberanía nacional sea una realidad y no una vana fórmula escrita en la Constitución, deben secundar con entusiasmo las noblísimas aspiraciones de la Regencia, ayudando al Gobierno en sus nobles propósitos de realizar aquellas aspiraciones, en vez de apelar a locos intentos que serán tan estériles, estad seguros de ello, Sres. Diputados, como pronta y enérgicamente reprimidos, y que ya no están en uso mas que en los países bárbaros.

Que cumplan, pues, todos las leyes, y todos se encontrarán defendidos y respetados en sus derechos; que haya paz, y no habrá libertad alguna en los pueblos cultos de Europa de que no pueda disfrutar y de que no disfrute en adelante el pueblo español. (Muy bien; aprobación en todos los lados de la Cámara). [87]



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